jueves, febrero 21, 2013

El caso de Luz Mary Giraldo: consideraciones extemporáneas

Dos números atrás publicamos en este Iceberg una protesta por los frecuentes casos de plagio en las universidades colombianas y la nula disposición de las autoridades competentes para penalizarlos, no obstante que esos plagios se hubieran demostrado hasta la exasperación. Poco después, como si alguna deidad nos estuviera escuchando, la Corte Suprema de Justicia condenó a la profesora Luz Mary Giraldo a una pena de 24 meses de prisión y al pago de una multa de cinco salarios mínimos por haberse apropiado indebidamente de algunos fragmentos de la tesis de una ex alumna suya en la Universidad Javeriana.

El caso, bastante sonado al inicio del proceso y en los últimos días, comenzó en enero de 1997, cuando la citada profesora publicó en el número 2 de la revista La Casa Grande una exégesis sobre la poesía de Giovanni Quessep. Por casualidad un ejemplar de esa revista, editada en Ciudad de México por el colombiano Mario Rey, cayó en manos de Rosa María Londoño, la antigua alumna de la profesora Giraldo. Al leerla, Londoño descubrió en el artículo “El mundo poético de Giovanni Quessep” apartes y párrafos copiados de su tesis de grado sin la correspondiente referencia bibliográfica. En consecuencia, decidió demandar a Giraldo por lo que consideraba “una vulneración de sus derechos de autor”. El proceso tardó una inverosímil cantidad de tiempo (trece años), tuvo a la profesora en trance de perder nada menos que su casa, dio vueltas por diferentes tribunales y apenas finalizó el pasado 28 de mayo, cuando el magistrado Sigifredo Espinosa rechazó la apelación presentada por la abogada de Giraldo y la condenó a la pena señalada en el párrafo anterior.

Estos hechos recibieron no poco despliegue en prensa, radio y televisión, pero nunca pareció quedar claro si realmente Giraldo era culpable de los cargos o se trataba de una sentencia mal ponderada por los jueces de la república. Aquí, en aras de la claridad, vamos a comentarlos en dos partes: los que se refieren al expediente propiamente dicho y los que están relacionados con los comentaristas.

Si cotejamos el artículo de Giraldo con la tesis de Rosa María Londoño se advierte enseguida lo que el magistrado Espinosa calificó en su sentencia como “plagio en su cariz simulado”. Esto es, que la profesora Giraldo no copió textualmente oraciones o párrafos de la monografía sino que los sometió a lo que la antigua retórica llama paráfrasis (expresar una misma idea con distintas palabras). Demos un ejemplo, de los muchos que podrían aportarse. En la página 134 de su monografía Londoño afirma: “Si el título Muerte de Merlín alude al mago legendario de las tierras de Bretaña, que permanece atrapado en la roca y en estado de duermevela, el nombre de Un jardín y un desierto nos lleva a Oriente”. A esta frase Giraldo le da una vuelta y la convierte en: “Mientras en este libro, cuyo título y contenido aluden al legendario personaje de Bretaña, el mago Merlín, atrapado en la roca y en estado de duermevela, Un jardín y un desierto conduce al mundo oriental”. No se necesita ser un lince literario para advertir las similitudes entre ambas oraciones, ni para darse cuenta de que Giraldo tenía a la mano la tesina de su ex alumna a la hora de escribir su ensayo y que sin la menor duda tomó frases de allí.


En este sentido, uno puede afirmar, sin temor a equivocarse, que Giraldo es culpable de plagio, pero no se pueden pronunciar palabras tan lapidarias sin ofrecer un poco de perspectiva. Considerando las barbaridades vistas en las universidades colombianas, la falta de la profesora Giraldo es bastante menor. Ella no fusiló, como sí lo hicieron unos maestros de la Universidad de Caldas, la totalidad de un libro; ella no incorporó, como sí lo hicieron unos docentes en la Universidad del Valle, capítulos completos debidos a otros autores. Su gran pecado, para quienes quieran llamarlo de ese modo, fue elegir un puñado de frases y maquillarlas de un modo pueril y a veces incomprensible.

Probablemente, la sentencia en su contra tuvo mucho más que ver con los argumentos presentados por su defensa que por la misma gravedad de su falta. Sostener que la profesora Giraldo no podía ser acusada de plagio porque Londoño escuchó en sus clases o leyó en sus libros las ideas que luego plasmaría en su tesis (siendo esas ideas, por lo tanto, propiedad original de Giraldo y siendo Londoño, según este razonamiento, la verdadera plagiaria) es una leguleyada de antología pero también un claro motivo de enojo: sin duda esta argumentación llevó al juez a pensar que la acusada trataba de lavarse las manos y de evadir su responsabilidad en los hechos. No de otro modo se comprende que en las primeras etapas del proceso se hayan aceptado las absurdas pretensiones económicas de la demandante y que en la sentencia final el magistrado Espinosa haya dedicado varios y esclarecedores párrafos en contra de tan retorcida tesis.

Pero, al margen de lo propiamente jurídico, tal vez lo más triste del caso sea su dimensión absurda. En las acusaciones sobre robo intelectual nunca se considera la calidad de lo plagiado. Da lo mismo, ante los ojos del juez, que uno haya fusilado a Vargas Llosa que a Perico de los Palotes, a Salman Rushdie que a Pepito el de la Esquina. Por eso desazona pensar que la profesora Giraldo estuvo arrastrándose trece años por los estrados judiciales a causa de unas frases cuyo brillo lingüístico y penetración analítica pondría en duda hasta el más perezoso estudiante de literatura. ¿Qué habría pasado si, en vez de negar tercamente que copió esas frases, hubiera aceptado su falta y pedido unas excusas públicas? Es imposible saberlo, pero con seguridad el proceso habría demorado menos de trece años.


Lo relacionado con los comentaristas del caso es distinto. Desde la publicación de la primera sentencia en contra de Luz Mary Giraldo se notó que la mayoría estaba en el bando de la acusada y que hacía ingentes esfuerzos por ganar adeptos para su causa. Es comprensible: varios de ellos fueron alumnos de Giraldo, ahora son sus colegas. Uno supone la buena fe de todos y el deseo de ayudar a una amiga en aprietos. Uno acepta la buena voluntad, las ganas de incidir en la opinión pública. Lo que no se recibe tan bien es la escandalosa ignorancia del proceso. Sería difícil hallar entre todos esos comentaristas a uno solo que hubiese leído el voluminoso expediente y ya no se diga la larguísima sentencia del magistrado Espinosa. La lectura de ese documento les habría permitido darse cuenta de que la sentencia discurre profusamente sobre cuestiones que ellos mismos plantean, pero sobre todo les hubiera ahorrado más de un disparate y uno que otro motivo de vergüenza.

Lo que definitivamente no se puede tomar con tanto humor son opiniones como las de Mario Rey, el ya nombrado director de La Casa Grande, y de Mario Mendoza, el conocido autor de Satanás. Dice el primero, en un aparte que también sintetiza las ideas del segundo: “[No] me explico cómo pudo ser plagiada una persona que no ha producido ni publicado nada significativo, ni antes ni después de su grado en licenciatura –período que comprende ya varios años–, por otra cuya gran creatividad y productividad en el ramo es de dominio público”. Es decir, ya que la profesora Giraldo tiene muchos títulos, ha publicado muchos libros, ha ido a un montón de congresos, ha enseñado en no se sabe cuántas universidades y ha viajado al extranjero, no cabe la menor posibilidad de que se copie de una triste diplomada en literatura que apenas ha tenido tiempo para escribir una miserable tesina de grado.

Lo que irrita en el anterior argumento no es su ingenuidad. Molesta sobre todo que ignore, de la manera más olímpica, un principio básico de la justicia: la igualdad ante la ley. ¿Cómo es que dos intelectuales piensan que el hecho de tener un currículo abultado es garantía de transparencia moral? ¿Cómo es que dos personas con amplia experiencia en el debate público creen que un título universitario te exime de conductas inapropiadas?

En muchas discusiones es precisamente eso, el espíritu de cuerpo, lo que nos solivianta a los lectores. En este caso particular, más que argumentos bien ponderados lo que se ha visto es una inocultable necesidad de proteger a un miembro del grupo. Nadie se ha preocupado por ofrecer argumentos inteligentes en favor de Luz Mary Giraldo, conformándose tan solo con repetir lo que la abogada de ésta expuso en su defensa. Pareció primar la simpatía personal sobre la justa ponderación de la causa. Pareció anteponerse la necesidad de proteger a un par que la construcción de una línea probatoria eficiente. El resultado por tanto era previsible: la profesora Giraldo no solo fue condenada por un fallo que sin duda tiene un sesgo político y el propósito de aleccionar a futuros plagiarios, sino que la opinión pública quedó tan indiferente como al comienzo. ¿Qué esperaban? La ingenuidad es un camino a ninguna parte.

(Fuente: Mal pensante.com, núm. 11, agosto de 2010)