lunes, marzo 28, 2005

Estrictamente Personal
Por Raymundo Riva Palacio

Una nueva (¿y mala?) relación

El documento marco para la prosperidad norteamericana firmado en Waco la semana pasada, puede convertirse en una pesadilla mexicana si no se negocia correctamente.

Cuidado, no hay que equivocarse. El presidente Vicente Fox regresó de Waco con mucho más que una fotografía bajo el brazo con los líderes George Bush y Paul Martin. La cumbre de Waco, que decía la Casa Blanca sería para aliviar las tensiones con México y Canadá y reducir las diferencias en migración y comercio, sentó la base para el acuerdo regional más amplio que se haya suscrito desde el Tratado de Libre Comercio y, cuando menos para este país, en la realidad geopolítica actual, el más estratégico que se recuerde en tiempos de paz.

La contaminación política originada por la atropellada sucesión presidencial motivó que volviéramos a vernos a nosotros mismos en Waco y no en el contexto internacional. Los partidos de oposición se apresuraron a decir que Fox regresó con las manos vacías y en alguna prensa se le llegó inclusive a ridiculizar. Lejos de ello, Fox trajo un grueso documento que si se operativiza como quiere Estados Unidos, convertirá a México formal y legalmente en su frontera estratégica contra el terrorismo, instalando en territorio mexicano todo un blindaje contra sus nuevos enemigos, injertándonos, como lo fue el TLC con el aparato productivo norteamericano, en su esquema global de seguridad.

Los líderes norteamericanos firmaron un documento general que, sin embargo, traducido al mundo de la política real y estratégica, no pinta nada bien para el futuro mexicano, porque el esquema de seguridad regional planteado no se daría entre pares, sino entre países totalmente dispares. La cumbre de Waco, lejos de resolver la asimetría de México con sus socios norteamericanos la enfatizó, perfilando el futuro de lo que pueda ser la nueva relación con el norte del continente, y en especial con Estados Unidos.

Los estadounidenses no se anduvieron con formalidades protocolarias. Cuando el primer ministro canadiense elevó su crítica por las deficiencias en el sistema bilateral de misiles, Bush convocó a una reunión de emergencia con su equipo, inmediatamente después de la cumbre, para tratar de resolver las diferencias con Ottawa. Estados Unidos no puede permitir un hoyo en su escudo contra misiles, del cual Canadá, como parte del Norad, que es el sistema de radares norteamericano que coloca una malla de protección contra un ataque nuclear contra los dos países, remanente de la guerra fría, es una pieza clave. Canadá también, a diferencia de México, es miembro pleno de la OTAN, el pacto militar que fue una fuerza disuasiva contra las tropas del Pacto de Varsovia para que no marcharan sobre Europa occidental, y cuenta con un sofisticado sistema de inteligencia y contrainteligencia dentro de la Policía Montada con vasta experiencia en el seguimiento de personas.

Los canadienses comparten información de inteligencia con los estadounidenses sobre bases relativamente equitativas. Cuando el documento de Waco se lleva a México en ese campo, hay que entender esa "cooperación de inteligencia" sólo como una figura retórica, pues no corresponde absolutamente con la realidad. México no tiene, propiamente dicho, un sistema de inteligencia. Su servicio de información militar, tanto en su profundidad nacional como en los agregados en las embajadas en el mundo, así como el Cisen, con sus contados elementos en el exterior y su aparato interior, se dedican a la contrainteligencia. Es decir, sólo operan en el campo defensivo puro, sin actuar ofensivamente recogiendo información de amigos y enemigos para respaldar las tareas de la contrainteligencia. Otras agencias mexicanas que tienen ese tipo de servicio, como la PGR, están muy enfocadas al crimen organizado y a la guerrilla, soslayando en su conjunto el trabajo antiterrorista.

No hay posibilidades reales de que Estados Unidos pueda confiar ampliamente en los servicios de inteligencia mexicanos, dados sus antecedentes, experiencias, y la sospecha permanente de que están infiltrados y perneados por la corrupción. Aún en México, la información estadounidense llega a ser de mejor calidad que la mexicana, y ha sido Washington quien ha alertado en el pasado al gobierno sobre movimientos de células terroristas, y les ha proporcionado lo necesario para la captura de diferentes figuras del narcotráfico. México no tiene una escuela de inteligencia y por años ha sido tabú la construcción de un servicio con esas características ante la suspicacia generalizada y bien fundamentada de cómo los servicios de espionaje fueron usados en el pasado como policía política para defender a un gobierno, y no como una agencia al servicio del Estado mexicano.

La debilidad mexicana y las necesidades de seguridad estadounidenses se topan en mal momento para México. Washington quiere que su frontera sur quede sellada no en California, Arizona, Nuevo México o Texas, sino entre Veracruz y Oaxaca, en la zona del istmo de Tehuantepec. Desde que comenzó este gobierno se ha hablado de la necesidad de evitar el paso de indocumentados centroamericanos y de droga, pero ante la imposibilidad de hacerlo por la extremadamente porosa y no vigilada frontera con Guatemala, se jugó con la idea de irse a la parte mas angosta del país, donde pudiera con recursos humanos limitados alcanzar buenos resultados en la intercepción. Además, quiere que México le autorice patrullar su mar patrimonial y hacer del golfo de México una zona segura, donde nadie que no autorice pueda entrar por la frontera marítima que se extendería de Florida a Yucatán.

Parte importante de este esquema de seguridad lo envuelve la necesidad de agilizar el comercio. Hay una dosis de verdad en que requieren de un paso fronterizo expedito, por lo que están pidiendo que la carga comercial se realice en los puertos de origen. Es decir, la controvertida iniciativa de Washington es que México abra sus puertas para que agentes aduaneros y de migración, así como oficiales estadounidenses de otras dependencias, sean formalmente admitidos para trabajar en territorio mexicano, otorgando una jurisdicción extraterritorial sin precedente, y sólo aceptada en las embajadas y representaciones consulares, de acuerdo con tratados internacionales.

Si bien es importante fortalecer la seguridad y entrar en un acuerdo regional en la materia después de todo, México depende en casi 90% de Estados Unidos, hay que exigir transparencia al gobierno foxista en esta nueva negociación. Los términos, como los ha planteado Washington, son inaceptables y eso lo debe saber el presidente Fox. Su gobierno no se ha distinguido precisamente por saber negociar en nada y aquí no se juega el éxito o el fracaso de su sexenio o de quién gana la Presidencia en el 2006. Aquí se trata del futuro geoestratégico mexicano, de la soberanía nacional y de la probabilidad de que, por una mala negociación, de país dependiente en lo económico nos convirtamos en un satélite sin derecho a escoger nuestro destino.

http://www.eluniversal.com.mx/pls/impreso/web_columnas_new.detalle?var=46742
El Universal, columnas, 28 de marzo de 2005.