domingo, enero 09, 2005

La aldea global en delicado equilibrio


¿Los neoconservadores siguen marchando?

La tragedia del 11/09 modificó profundamente el equilibrio de poderes intelectuales en la derecha norteamericana

No es indiferente para la política exterior del Estado nacional el seguimiento de los debates internos que suelen preceder a las decisiones fundamentales de las grandes potencias, y en nuestro caso, el de la potencia dominante que son los Estados Unidos.

De los estudiosos y de los profesionales de las relaciones internacionales se espera cuando menos dos tareas: la primera, entender hacia dónde van los acontecimientos fundamentales procurando identificar las cuestiones vitales, y la segunda, desenredar los hilos de las tupidas redes que impiden hacer vivible a la casa global. El filósofo político diría hoy que el punto de partida de uno de esos hilos conductores es el destino de las víctimas de violencias, opresiones y miserias, y el punto de llegada, aspirar a su emancipación material y moral.

En el comienzo del segundo mandato de George W. Bush el debate interno entre conservadores y liberales, neoliberales y neoconservadores, ha cobrado nuevo impulso y la cuestión es cuándo llegará a formar parte del dominio público. La nueva estrategia de seguridad nacional anunciada al cumplirse el primer año del atentado terrorista del 11/9 tuvo un efecto catalizador dentro y fuera de los Estados Unidos, y generó un debate intenso en torno de lo que significaba un "nuevo realismo". En nombre del realismo, los neoconservadores que alentaron la estrategia formulada por el presidente Bush combatían las nociones tradicionales de disuasión derivadas de la Guerra Fría, proponían la "anticipación" como postura estratégica, redefinían el derecho internacional tanto como era preciso y sostenían que las alianzas y las instituciones multilaterales seguían siendo atendibles para los Estados Unidos, pero no podían condicionar la acción unilateral norteamericana dirigida a satisfacer las necesidades del "interés nacional" o del orden global según los definen los Estados Unidos.

La controversia profunda, en la nación norteamericana y fuera de ella, no se fundó necesariamente en el "idealismo", sino en una observación que condensó admirablemente Stanley Hoffmann, internacionalista de Harvard: muchos en el gobierno de Bush -incluido el propio presidente- se describen a sí mismos como "realistas" cuando la escuela realista tradicional no hubiera aceptado la expansión de la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN); hubiera propuesto prudencia y moderación. En suma, la crítica política y moral de Hoffmann radicaba en que la ESN gubernamental era "asombrosamente irrealista", proclamando "la emancipación por parte de un coloso de las coerciones internacionales... En contexto significa una doctrina de dominación global."

"El momento neoconservador pertenece al pasado", afirmaba meses atrás otro de los críticos firmes de la política de Bush, John Ikenberry. "Adiós, neoconservatismo", sostenía en mayo último The Economist. Un aire de revancha movía el renacimiento de la crítica, habida cuenta del desarrollo de los sucesos en Irak, de la autocrítica de buena parte de la prensa norteamericana, de las comprobaciones polémicas en torno del comportamiento de los servicios de inteligencia... Demasiadas cuestiones que la victoria electoral de Bush encubrió, pero no respondió. Por lo que comenzó a difundirse la sensación de que su segundo mandato habría de corresponderse con un paulatino alejamiento del "neoconservatismo" rampante.

Sin embargo, un tema presente es el debate dentro del debate: la insinuación de un debate sobre el futuro del "neoconservatismo", y con ello de las consecuencias presumibles en las líneas maestras de la política internacional norteamericana del segundo mandato.

¿Movimiento o escuela?

Lo que vuelve es una revisión de los orígenes del talante "neoconservador" propiamente dicho, que retomó sólo parte de los cuestionamientos de los conservadores "tradicionales" en materia de política exterior, activos a fines de los años 40. Y que tuvo su origen en la evolución (¿conversión?) personal de gentes de la izquierda, a menudo de la extrema izquierda, sacudidos por la cultura contestataria de los años 60, marcados algunos por la guerra de los Seis Días, y preocupados por mantener firmeza frente a la Unión Soviética, críticos tanto del realismo de un Kissinger como del aislacionismo en política extranjera de un Pat Buchanan. Irving Kristol es un "reformado" que resumió entre los primeros el movimiento neoconservador que alienta el patriotismo, repudia el gobierno mundial, define al hombre de Estado como aquel capaz de distinguir sin vacilar los amigos de los enemigos, y remata con la afirmación de que "para una gran potencia el «interés nacional» no se expresa en términos geográficos..."

El neoconservador se remite a un célebre informe titulado Discriminate Deterrence (Wohlstetter, 1988)-, reniega del realismo encarnado por Henry Kissinger, bête noire de los neoconservadores, y se propone no como reaccionario, sino como revolucionario que dice querer adaptar la sociedad internacional a realidades nuevas y a extender la democracia a "escala mundial". La mayoría de los neoconservadores reivindica la herencia de dos filósofos, Leo Strauss y Allan Bloom, y proponen valorizar virtudes morales tradicionales en detrimento del relativismo y el igualitarismo, y prefieren la filosofia clásica.

El choque del 11/09 modificó profundamente el equilibrio de poderes intelectuales en la derecha norteamericana. Así como Jorge Castañeda propone la tensión de "dos izquierdas" en América latina, hay por lo menos dos derechas en el movimiento neoconservador norteamericano. Es frecuente en la literatura neoconservatista hallar la expresión islamo-fascismo como un enemigo totalitario, en lo que Eliot Cohen llama "cuarta guerra mundial", y Paul Wolfowitz cree que será más larga que la Guerra Fría y más ardua que la Segunda Guerra Mundial. Los Estados Unidos, en esas perspectivas, tienen que expandir la democracia como autoprotección, pero también como "misión consustancial a la naturaleza del proyecto americano", según Bruno Tertrait. Pero el debate interno en la derecha norteamericana es conmovido por las dificultades y dramas en la guerra y ocupación de Irak, por la resistencia inesperada de los últimos baasistas, la emergencia de movimientos chiitas adeptos a la lucha armada, la tortura de prisioneros, las vacilaciones para el desbloqueo del proceso de paz en Medio Oriente. Francis Fukuyama, "compañero de ruta" del movimiento neoconservador, remueve el debate interno denunciando la "ceguera" de varios de sus protagonistas. ¿ Por qué no distinguir entre neoconservatistas doctrinarios y "realistas ofensivos" como Cheney y Rumsfeld, demasiado rústicos para ser doctrinarios? ¿Qué decir del patrocinio de los evangelistas protestantes a favor de Sharon?

El neoconservatismo se ve, pues, más resistente de lo que se creía. Sus militantes intelectuales y académicos ven el mundo en medio de tal (des)orden internacional, que prevén idas y venidas cíclicas. ¿No se está hablando y escribiendo sobre el futuro en el continente asiático, el ascenso de la "potencia rival" inevitable a largo plazo, el conflicto con China que probablemente contiene hoy la población evangelista más numerosa después de los Estados Unidos... claro que en un gran bastión de socialismo autoritario?

Por Carlos Floria
Para LA NACION

http://www.lanacion.com.ar/exterior/nota.asp?nota_id=669810
LA NACION 09.01.2005 Página 4 Exterior